Desde lo que nos dice la reciente Historia y la reflexión sobre las propias reflexiones, el autor recuerda una vez más que el super idealizado Marx, cuya obra, para algunos, sigue teniendo más relevancia que el Evangelio, no fue más que un hombre de carne y hueso que se dejó tentar por las circunstancias de tiempo y lugar hasta creerse capaz de cambiar el rumbo de toda la Humanidad tomando al pie de la letra el dicho de Feuerbach: “Hasta ahora los filósofos se han dedicado a interpretar al mundo, mientras que de lo que se trata es de transformarlo”. ¿Hacia dónde y con qué valores? Es la pregunta, cuya respuesta ya nos ha dado la propia Historia. Hechos, dichos, ideologías y doctrinas, que, además de despertar a más de una fiera dormida, obscurecen la capacidad de entendimiento de no pocas personas de buena voluntad.
EVALUACIÓN
DE LA PERSONALIDAD DE MARX
Federico Engels
(1820-1895), íntimo amigo y estrecho colaborador de Marx (1818-1883), siendo
éste el indiscutible protagonista de un relato que, para el autor, no quiere ser más que una desapasionada, renovada y ampliada repetición de lo dicho en
otros libros, especialmente, en su Karl Marx, publicado por editorial ZYX
en 1970 y reeditado en diversas ocasiones. Cedamos, pues la palabra a Engels,
que, sobre su amigo, dijo a guisa de oración fúnebre ante el fallecimiento de su amigo:
“El 14 de marzo (de
1883), a las tres menos cuarto de la tarde , dejó de pensar el más grande
pensador de nuestros días. Apenas le dejamos dos minutos solo, y cuando
volvimos, le encontramos dormido suavemente en su sillón, pero para siempre. Es
de todo punto imposible calcular lo que el proletariado militante de Europa y
América y la ciencia histórica han perdido con este hombre. Harto pronto se
dejará sentir el vacío que ha abierto la muerte de esta figura gigantesca.
Así como Darwin
descubrió la ley del desarrollo de la naturaleza orgánica, Marx descubrió la
ley del desarrollo de la historia humana: el hecho, tan sencillo, pero oculto
bajo la maleza ideológica, de que el hombre necesita, en primer lugar, comer,
beber, tener un techo y vestirse antes de poder hacer política, ciencia, arte,
religión, etc.; que, por tanto, la producción de los medios de vida inmediatos,
materiales, y por consiguiente, la correspondiente fase económica de desarrollo
de un pueblo o una época es la base a partir de la cual se han desarrollado las
instituciones políticas, las concepciones jurídicas, las ideas artísticas e
incluso las ideas religiosas de los hombres y con arreglo a la cual deben, por
tanto, explicarse, y no al revés, como hasta entonces se había venido haciendo.
Pero no es esto sólo. Marx descubrió también la ley específica que mueve el
actual modo de producción capitalista y la sociedad burguesa creada por él . El
descubrimiento de la plusvalía iluminó de pronto estos problemas, mientras que
todas las investigaciones anteriores, tanto las de los economistas burgueses
como las de los críticos socialistas, habían vagado en las tinieblas.
Dos descubrimientos
como éstos debían bastar para una vida. Quien tenga la suerte de hacer tan sólo
un descubrimiento así, ya puede considerarse feliz. Pero no hubo un sólo campo
que Marx no sometiese a investigación -y éstos campos fueron muchos, y no se
limitó a tocar de pasada ni uno sólo- incluyendo las matemáticas, en la que no
hiciese descubrimientos originales. Tal era el hombre de ciencia. Pero esto no
era, ni con mucho, la mitad del hombre. Para Marx, la ciencia era una fuerza
histórica motriz, una fuerza revolucionaria. Por puro que fuese el gozo que
pudiera depararle un nuevo descubrimiento hecho en cualquier ciencia teórica y
cuya aplicación práctica tal vez no podía preverse en modo alguno, era muy otro
el goce que experimentaba cuando se trataba de un descubrimiento que ejercía
inmediatamente una influencia revolucionadora en la industria y en el
desarrollo histórico en general. Por eso seguía al detalle la marcha de los
descubrimientos realizados en el campo de la electricidad, hasta los de Marcel
Deprez en los últimos tiempos.
Pues Marx era, ante
todo, un revolucionario. Cooperar, de este o del otro modo, al derrocamiento de
la sociedad capitalista y de las instituciones políticas creadas por ella,
contribuir a la emancipación del proletariado moderno, a quién él había
infundido por primera vez la conciencia de su propia situación y de sus
necesidades, la conciencia de las condiciones de su emancipación: tal era la
verdadera misión de su vida. La lucha era su elemento. Y luchó con una pasión,
una tenacidad y un éxito como pocos. Primera Gaceta del Rin, 1842;
Vorwärts de París, 1844; Gaceta Alemana de Bruselas,
1847; Nueva Gaceta del Rin, 1848-1849; New York Tribune, 1852 a 1861,
a todo lo cual hay que añadir un montón de folletos de lucha, y el trabajo en
las organizaciones de París, Bruselas y Londres, hasta que, por último, nació
como remate de todo, la gran Asociación Internacional de Trabajadores, que era,
en verdad, una obra de la que su autor podía estar orgulloso, aunque no hubiera
creado ninguna otra cosa.
Por eso, Marx era el
hombre más odiado y más calumniado de su tiempo. Los gobiernos, lo mismo los
absolutistas que los republicanos, le expulsaban. Los burgueses, lo mismo los
conservadores que los ultra demócratas, competían a lanzar difamaciones contra
él. Marx apartaba todo esto a un lado como si fueran telas de araña, no hacía
caso de ello; sólo contestaba cuando la necesidad imperiosa lo exigía. Y ha
muerto venerado, querido, llorado por millones de obreros de la causa
revolucionaria, como él, diseminados por toda Europa y América, desde la minas
de Siberia hasta California. Y puedo atreverme a decir que si pudo tener muchos
adversarios, apenas tuvo un solo enemigo personal. Su nombre vivirá a través de
los siglos, y con él su obra”.
CONTENIDO DEL LIBRO
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